Champaña, Francia, región de burbujas doradas

Al noreste de Francia está una de las regiones vitícolas más famosas del mundo, Champagne, si bien su fama viene desde el siglo IX, no fue sino hasta finales del siglo XVII que dominó sus burbujas.

No voy a correr. No como todos los turistas que llegan a Reims desde París (TGV, varios horarios al día) que quieren a toda costa, veloces como gacelas, ir tras unas burbujitas chispeantes y doradas. No, yo mantendré la calma. Cada fiesta familiar es celebrada con una botella de champaña, sin falta. Es como si cada burbuja representará las sonrisas, los sueños alcanzados, como pequeñas notas musicales que entran al cuerpo y hacen que la sangre baile, que se sufra una suerte de euforia sensual. Vida pura o pura vida, como se quiera ver. Insisto, no correré, voy a mantener la cabeza en su sitio?
El agua recorre la gran parte de esta región, el río Marne, en donde se puede tomar un barco (sale de Cumières) y contemplar los valles de un verdor intenso son la tierra de una de las regiones más caras del mundo. También se puede conocer la región en sus productos: quesos majestuosos (fuertes, con personalidad), el foie gras de Champagne (de una untuosidad y delicia al paladar), la famosa charcutería (no hay que dejar de probar el encurtido de carne a la pimienta verde, al pistache y al natural, sólo sellado con pimienta negra) o los caracoles grand cru, mieles y, claro, champagnes (secos-brut, semisecos-demisec, dulces y rosados). Y aunque no se crea, hay un champán para cada tiempo de una comida, para cada sabor.
Hautvillers (a 30 kilómetros de Reims)

Me doy una escapada de Reims. A lo largo del llamado Parque de la Montaña de Reims (que incluye varios poblados como Mutigny o Pourcy o el misterioso parque de Faux de Verzy, con enigmáticas hayas de troncos retorcidos) hay marcadas varias rutas para pasear a pie (recomiendo la que sale de Gueux que pasa por Villedommange, llegando a Verzenay y su molino y a Verzy y su bosque encantado). Camino un poco y luego tomo un autobús, mi destino es Hautvillers, el más alto de los poblados de la región y donde se encuentra, en la iglesia, la tumba emblemática del señor y maestro del Champagne, Don Pérignon, procurador de la Abadía de Hautivillers en el siglo XVII. El pueblo tiene una de las más seductoras vistas a los viñedos pero no es su única belleza. Si se es un observador atento se podrá ver que en las fachadas de las casas hay varios objetos extraños colgando o algunos símbolos pendiendo de alguna ventana. La respuesta es, como también sucede en otras ciudades europeas, como en Praga, que estos objetos representan los oficios de los dueños de las casas, así se pueden ver trompetas y uvas (la casa del director de música de la escuela local), escudos y tijeras y animales subiendo por la casa (los escudos de los apellidos de las familias del matrimonio: las tijeras hablan del oficio de recolector de uvas del marido, los animales son ya una licencia, digamos, poética), soldados que brindan con botellas de champaña u hogazas de pan y uvas (uno de los panaderos del pueblo). Las calles, empedradas y reducidas, van creando un recorrido laberíntico y recuerdan el trazo urbanístico del medioevo: pequeños pasillos, calles estrechas y patios comunes para la toma de agua.
La iglesia, austera, fría y con una personalidad escueta (no se espere la majestuosidad de la catedral de Reims o las iglesias de Troyes) tiene como mayor encanto la dichosa tumba de Monsieur Pérignon (1638-1715), el monje que, se dice, inventó por equivocación el champagne o, mejor dicho, el método para controlar la fermentación y obtener un vino de espuma persistente (otros dicen que la visión es desde tiempos anteriores cuando San Rémi, obispo de Reims, hacia el año 495 vio salir vino de un tonel vacío). Pero, en definitiva, hay que hacer un alto: hincarse ante la tumba y dar las gracias por las miles de risas que le debe la humanidad al champán y a Dom P. (y matrimonios, bautizos, cumpleaños... y demás). Ya he dejado atrás la calma, aunque la vista desde aquí está aunada a un silencio sólo quebrantado por el ruido de las hojas de algunos árboles. El champagne me espera.
Epernay (a 9 kilómetros de Hautvillers)
La ciudad está rodeada de viñedos, viñedos y más viñedos. En la región hay ciertas cepas que reinan: Chardonnay (de uvas blancas), Pinot Noir y Meunier (uvas negras). Epernay se enorgullece de ser la capital de la champaña, una de sus avenidas principales lleva este nombre. La ciudad podría decirse que es el profundo corazón del gran viñedo que es Champagne. A lo largo de sus calles hay varios sitios para beber doradas burbujas. Único es el espacio de C Come Champagne, un sitio que reúne más de 150 casas de champaña que van desde las más conocidas hasta las vitivinícolas independientes. Por fin, una resplandeciente copa me es entregada: oro viejo, un tanto ambarino, denso, un champán de "alma", una añada especial, me dice el mesero, yo diría un trozo de cielo que ha caído en este líquido, el elíxir de la juventud. Dentro de esta pequeña copa hay especies exóticas, un mundo complejo y rico que me hace sonreír así (como el ángel de la catedral de Reims), simplemente por nada o por la simple razón de saber que la belleza existe vertida en esta copa.
Cada 22 de enero, fiesta de San Vicente, patrón de los vinateros, en algunos poblados de Epernay sale la gente dedicada al vino vestida a la usanza antigua, portan en las manos bastones rojos con imágenes del santo, otros llevan el nombre de su terruño. Todo para pedir una buena vendimia y que no caigan granizadas, bendiciones también para que la añada sea de excepción. Más allá de la ciudad está la vista panorámica de Mutigny y las iglesias de Avenay-Val-d? Or y los parajes encantadores por su belleza suave de Bouzy y Ambonnay. Lo indispensable es pasear siempre bien acompañado.
Troyes (a 150 kilómetros de Epernay)
Medieval, oscura  y solar (según el área de la ciudad) y extrañamente contemporánea, moderna, así es Troyes, una ciudad conocida por su antiguo oficio textil, de bonetería y confección de calcetas, medias y ropa de algodón. Las casas son típicas de la época del medioevo: estrechas ventanas, verticales y con vigas de madera. La catedral de San Pedro y San Pablo (gótica y vidrieras del siglo XII al XIX) y la plaza son un ejemplo de su parte más oscura, al igual que la calle Ruelle des Chats, estrechísima y encantadora, a los lados hay cafetines y pequeñas tiendas y librerías como Le Bout du Monde, un pequeño oasis de libros, té, café y extrañas curiosidades.
Entre la gran oferta arquitectónica y cultural se encuentra uno de los museos más particulares, la Maison del? Outil, que reúne más de 10 mil utensilios de diversos oficios como la carpintería, zapatería (moldes de madera desde el 1400), herrería (en los yunques hay varios símbolos masones) y la construcción (una de las paletas de madera para alisar muros tiene una imagen grabada, es la madre del albañil). Su oferta cultural es enorme, la Maison du Bolunager presenta teatro, conciertos de música tanto clásica como contemporánea, música del mundo, comedias. Y otro de los museos, la Apothicairerie, cuenta con una de las colecciones más alucinantes de tarros y recipientes de remedios así como un jardín con plantas medicinales. Una de las piezas, un busto de Santa Magdalena, santa patrona del Hotel-Dieu-le Comte, sede del museo, tiene un pequeño orificio en la cabeza: esconde una pequeña reliquia, un pedazo de cráneo de la santa. Otro detalle curioso, en este mismo edificio: en uno de sus muros hay una pequeña puerta de madera, esta era giratoria, aquí los pobres o las madres solteras dejaban a los bebés para que los cuidaran.
Y sí, si Troyes es conocida como el "corcho o el bouchon de Champagne" (la ciudad vieja marca esta forma en los mapas), aquí el buen vivir es cotidiano. Comer y beber en esta ciudad es una experiencia, al igual que ir al mercado local donde hay la mejor charcutería (no dejes de probar la andouillette típica de Troyes, con un toque de crema fresca) de la región así como excelentes quesos. Y ya que esta es la ciudad donde se abre la botella, sea pues, que reine el dorado líquido, que la sangre fluya con miles y miles de burbujas, como las campanas de sus diez iglesias, que reine la alegría.
Por Rocio Ceron para Nat Geo

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